TESTIMONIOS DE UNA CIVILIZACIÓN PERDIDA. MIGUEL CERECEDA

 

             Ni las cajas de detergente Brillo ni sus latas de sopa Campbell ni las Coca-colas de Andy Warhol eran verdaderas. Tampoco las dos latas de cerveza Balantine de Jasper Johns (1960), fundidas en bronce, eran dos verdaderas latas de cerveza. Inauguraban sin embargo una tradición de reconocimiento y fascinación del arte contemporáneo hacia los objetos de consumo cotidiano, hacia su diseño estético y hacia su perfección formal.

En su instalación Wirtschafstswerte (1980), Joseph Beuys se sirvió, sin embargo, de verdaderos productos de consumo api-lados en estanterías (paquetes de arroz y azúcar, botellas de aceite…), pero procedentes de los países del Este de Europa, de la Europa comunista, tal vez para objetivar su tristísima apariencia estética, su progresivo deterioro y su decrepitud, en contraste directo con los «valores económicos» de las pinturas de la tradición romántica, a las que sin embargo se equiparaban.

También Luis Gordillo presentó en cierta ocasión, con su sentido del humor característico, dosbotes de detergente Pato WC, con el cómico nombre Pato, pato. Sólo con Haim Steinbach y con Jeff Koons llegó el arte contemporáneo a presentar objetiva-mente y sin más contemplaciones los meros productos de consumo expuestos como verdaderos productos de consumo, en una pirueta que Hal Foster ha da-do en caracterizar como la deriva cínica del arte con-temporáneo, al presentar descaradamente la obra específicamente como mercancía.

Remitiéndose a esta tradición Bárbara Fluxá (Madrid, 1974) ha desarrollado una especie de piedad arqueológica por los desechos de nuestros productos de consumo cotidiano y ha dado comienzo a una tarea titánica y fascinante de recomposición piadosa de estos objetos a partir incluso de restos deleznables. Al modo de los museos arqueológicos reconstruye por completo en escayola un bote de detergente Vim Clorex o uno de suavizante Flor, a partir tan sólo de sus respectivas tapaderas, encontradas en una playa junto al mar, como si se tratase de los testimonios de una civilización perdida. Su mayor hallazgo, una nevera completamente destrozada y oxidada por la corrosión del mar, es amorosamente reconstruida por la artista, identificada en su marca y su modelo, y recompuesta, pero no del modo funcional que la recuperaría como objeto utilitario, sino al modo de un moderno arqueólogo, manteniendo escrupulosamente sus partes conservadas en el mis-mo estado en que se encontraban y recomponiendo, con clara diferencia formal, sus partes destruidas. De este modo el objeto de uso cotidiano es recupera-do para el arte, pero no al modo del ready-made, conun mero cambio de la función simbólica del objeto, ni tampoco al modo cínico de la mercancía presentada como mercancía, sino como un testimonio olvidado de nuestra propia civilización, elevado a la categoría de objeto de cultura. Con ello Bárbara Fluxá no solo desarrolla una estrategia arqueológica, muy del gusto por lo que se ve del estilo de las artistas dela galería –pues ésta era también una fascinación explícita en la obra de Linarejos Moreno–, sino además una labor escultórica y artística de una extraordinaria solidez.

 

 

 

Miguel Cereceda.

Madrid, 2005