Un objeto cotidiano de consumo, es dotado de dos sentidos propios del ser humano. A través de la vista y del oído es capaz de mostrarnos su segunda vida tras ser consumido, su singular historia como objeto desechado a la deriva en un entorno natural. Flotando a la deriva recorre paisajes salvajes y solitarios ajenos a su naturaleza industrial: ríos, cauces y desembocaduras, hasta que llega al mar; donde es arrastrado por las olas a alguna inmensa playa de la costa. Allí detenido yace erosionado tras el viaje, junto con otros miles de desechos. Semienterrado en la arena y a la intemperie finaliza su historia en silencio, estático y descolorido, para pasar a ser, quién sabe, testimonio futuro de nuestra cultura material.

El espectador nunca ve al protagonista de la historia, es decir el objeto de consumo desechado, ya que el vídeo se rueda con planos subjetivos, reflejando la “mirada” del objeto que flota y viaja a la deriva llevado por la corriente. De este modo, el espectador se convierte en mero testigo de las vivencias del objeto desechado; aunque, mirádolo de otro modo, podemos consideralo también como co-protagonista ya que, sin él ésta historia y otras similares nunca hubieran sucedido.